martes, 18 de octubre de 2011

Cine y vida: el voyeur y la memoria (I)

Decidí comenzar un nuevo curso de Historia del Cine con una de las secuencias más envolventes de esa maravillosa película que es 'Érase una vez en América'. Noodles, el derrotado personaje que interpreta Robert de Niro, regresa a un lugar destacado de su infancia, el bar judío que regenta su gordinflón amigo. Han pasado los años, la resaca se administra con sabor amargo, lo que pudo ser y no fue, los recuerdos, la maldita memoria, las viejas heridas del alma no cicatrizan y demasiados muertos en el armario. Sin embargo Noodles, a través de esas estancias, de las fotografías que cuelgan en el bar, como la magdalena que mojó Proust, recuerda la deliciosa sensación que era espiar por una rendija de la pared del baño a su amor imposible, la bella Deborah. Deborah, sabia, como una mantis envolvente de labios rosas, sabe a lo que juega, musita palabras sacadas del Cantar de los Cantares, se amasa el joven sexo de un agilipollado chaval en aquellos años de ley seca.

Pues bien, tras el visionado de esta escena, con el silencio instalado en la clase, todos intuímos que acabamos de presenciar la revelación de un secreto, de la intimidad de Noodles. También nosotros hemos mirado por esa rendija, somos espectadores privilegiados de aquel rubor, de la inocencia que mezcla el olor a sangre y las primeras pajas. De esta forma el cine se contagia de vida, la vida es cine, y el voyeur que es Robert de Niro -también cada uno de nosotros- reconoce que cada recuerdo de nuestra memoria es un fotograma preciso y precioso.

Hasta aquí mi relato. Dejemos que algunos de mis alumnos de la asignatura reflexionen acerca de esta mixtura casi platónica. El mito de la caverna, ya saben.

Nico Grijalba


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